Fundamentos del yinyoga

Porque practicar
El ritmo acelerado de nuestra sociedad nos empuja a menudo a un estilo de vida inconsciente, sin cuidado propio ni propósito. El yinyoga nos invita a frenar, a rendirnos a la experiencia presente y a explorar nuestras limitaciones con atención plena y humildad.
Esta práctica reduce el estrés, libera tensiones acumuladas y cultiva nuestra capacidad natural de ayudar, sanar y amar.
Los tres pilares del yinyoga (Tattvas)
En el yinyoga, utilizamos la postura para conectar con el cuerpo, cultivando la atención plena en la respiración, las sensaciones físicas y el enfoque mental. A diferencia del yoga dinámico, el yinyoga trabaja con posturas pasivas y prolongadas (de 3 a 5 minutos) para estimular los tejidos conectivos, meridianos y chakras.
Los tres pilares de esta práctica son:
Profundidad apropiada:
Encontrar el punto de resistencia en la postura, sin llegar al dolor,
escuchando atentamente las limitaciones del cuerpo. Entrar en la postura
con suavidad y lentitud, permitiendo que la respiración guíe la
intensidad del estiramiento.
Quietud:
Una vez en la postura, mantener la quietud física, respiratoria y
mental. Relajar los músculos, permitiendo que la gravedad profundice el
estiramiento. Observar las sensaciones, emociones y pensamientos sin
juicio.
Permanencia: Mantener la
postura durante un tiempo prolongado para abrir los tejidos profundos y
nutrir los meridianos. Solo si hay dolor o tensión excesiva se debe
retroceder, y si el cuerpo se abre, profundizar en la postura. Esta
permanencia cultiva la paciencia y la tolerancia.

Intención y Atención
La intención con la que practicamos es fundamental. Podemos enfocar la práctica en beneficios personales como la salud física y emocional, o bien, dedicarla a un propósito superior, cultivando la compasión y el amor. Invocar una fuente de inspiración, como los mantras o la guía de los maestros, enriquece la práctica. En definitiva, con nuestra práctica, retribuimos el bienestar que recibimos.